Ciurana, E.R. La educación del conocimiento y la educación de (en) la democracia

La democratización del conocimiento y la educación de (en) la democracia.-

Emilio Roger Ciurana

Voy a partir de una primera idea que puede ser el resumen, en una frase, del tema que deseo desarrollar en estas conferencias que la Cátedra Itinerante UNESCO “Edgar Morin” desarrolla en la Universidad Latina de América, Morelia. Esta frase es la siguiente: la democracia es la mejor garantía que tiene el ser humano para el respeto de los derechos humanos. Añado algo más: no puede existir una verdadera democracia allí donde no se democratiza el conocimiento. La única vía genuina para la democratización del conocimiento es, sin duda alguna, la educación de los ciudadanos.

 

Desde luego cualquiera de los aquí presentes me puede replicar que la educación de los ciudadanos puede ser (muchas veces lo es) una educación interesada por parte de aquellos que tienen la obligación de educar. Porque, efectivamente, la educación es una obligación que tenemos los seres humanos para con nosotros. Por regla general una educación interesada es la que ejerce el poder hacia los súbditos y solo ve a los súbditos como sujetos de poder. Pero yo no llamo a esa acción “educar”. Una educación interesada trata de informar al que la recibe. Pero informar en el sentido de dar forma, formatear, moldear a un individuo. Me interesa otro tipo de educación: una educación democrática que tenga como finalidad principal su propio mantenimiento en la democracia. Porque precisamente esta educación democrática es la que nos des-uniformiza haciendo de nosotros individuos autónomos y no meros sujetos sujetados por una educación informada e inducida.

 

Que por desgracia este tipo de educación no se pone en práctica se ve muy fácilmente en una sociedad en la que la mal llamada “opinión pública” es la opinión publicada por los medios de información que se dedican a informar en los dos sentidos: dar información y dar forma visual a la realidad. Porque solo hablamos de lo que “vemos” vía los medios de comunicación. Y esa visión es ya una visión interesada. Por lo tanto la capacidad crítica de cada uno de nosotros no es solo una necesidad sino una obligación y un acto de higiene mental. Por desgracia, en la moderna sociedad de la información solo existe lo que uno ve y, insisto, se trata de una visión filtrada. Pero sociedad de la información y sociedad del conocimiento, por definición, no son sinónimos. Deberían ir juntas, pero no van juntas. La razón es bien sencilla: si existe una dualidad clara y objetiva en nuestras modernas sociedades es la que nos divide entre los que poseemos información y los que no la poseemos. Por otro lado, poseer información y poseer conocimiento no es la misma cosa. Cualquiera de nosotros puede estar sometido (y de hecho lo estamos a diario) a un bombardeo constante de informaciones y al mismo tiempo no tenemos capacidad crítica ni selectiva. Por lo tanto, no tenemos conocimiento.

 

Por todo ello podemos afirmar lo siguiente: posee conocimiento no aquel que tiene información sino aquel que sabe qué hacer con la información y puede hacer algo. Esto nos lleva a una reflexión fundamental sobre la democracia y la gestión del conocimiento, por lo tanto, de la educación. Y es en esta relación compleja entre democracia / conocimiento / educación en donde nos jugamos el futuro político de nuestra sociedad. Como diría Kant: o a uno lo tutelan (postura por lo demás muy cómoda para la mayoría porque le resuelve el problema de la responsabilidad) o uno toma conciencia de que es un ciudadano y está obligado a ilustrarse no solo por su bien particular sino en beneficio de la sociedad entera. En este sentido podemos decir que la única forma de acabar con un Estado tutelar es el desarrollo cognitivo de la sociedad civil. Dicho de forma breve: una genuina sociedad civil es una sociedad del conocimiento, una sociedad en la que el abismo que hoy impera entre cognoscentes e ignorantes se debe ir reduciendo.

 

Una sociedad del conocimiento tal y como yo la entiendo es aquella sociedad en la que la premisa de que los ciudadanos somos “idiotas” irremediables y por lo tanto no tenemos capacidad para gobernarnos, sea una premisa falsa. Según Norbert Elias el término “idiota” es un término griego clásico que se dice de aquél que se mantiene ajeno a los asuntos del Estado. Se trata de un “huraño”, “inculto”, “loco”[1]. Más detallista es, a mi juicio, Antonio Escohotado cuando afirma lo siguiente: el término idiota, desde el advenimiento de la democracia en la Grecia arcaica “empieza a simbolizar la actitud demasiado tranquila –incauta- de quien delega sistemáticamente en otros el cuidado de lo común. El idiota, dice Pericles en un famoso discurso, es alguien que al hacer dejación de su responsabilidad como ciudadano pone en peligro la isonomia, el principio de una misma ley para todos los hombres libres. Dos milenios y medio más tarde, una irresponsabilidad como la temida por Pericles ha creado un estamento de representantes profesionales, que en parte obra como gestor a plazo y en parte como albacea testamentario”[2].

 

Perdonen mi atrevimiento pero creo que se puede decir que todo aquel que delega su opinión y su capacidad de acción en manos de los decisores políticos, modernos gestores y tecnócratas profesionales es un irresponsable, incauto, idiota. Lo vio perfectamente Alexis de Tocqueville cuando decía que aquellos que se refugian en su privacidad y dejan la política en manos de los profesionales de la cosa, están enajenando su libertad y poniendo los cimientos de las futuras “dictaduras” aunque tengan aparentemente la aterciopelada suavidad mental de la democracia formal, pero no real. Pero no insistiré bastante: los ciudadanos no podemos debatir los problemas sociales y políticos que  nos afectan si no poseemos, por supuesto, la capacidad de expresarnos con libertad, pero también la capacidad de acceso a la información que nos capacite para elaborar conocimiento. La libertad sin conocimiento no es libertad, es pura apariencia. Esa apariencia se hace realidad colectiva, se hace ritual, en las convocatorias de los comicios democráticos en las que a los ciudadanos no se nos pregunta qué queremos sino que se nos ofrece un “menú” bastante restringido que hace que nuestra “elección” no tenga más capacidad de satisfacción para muchos de los que votamos que la satisfacción del mal menor. Para otros solo se trata de votar con la “lucidez” de aquel que piensa más con las vísceras que con la cabeza. La imagen del líder carismático que tan bien mostró Max Weber no está muy alejada de lo que vengo a decir.

 

Si queremos ser verdaderos actores sociales y crear un futuro querido por nosotros necesitamos, por un lado de la utopía, pero por otro lado necesitamos saber qué suelo pisamos. Necesitamos  conocer y tener acceso al conocimiento. Necesitamos, como ciudadanos, tener capacidad de poder. Una democracia cognitiva es fundamental para no dejar que, como antes he dicho, la llamada “opinión pública” se adueñe de la falta de opinión del público, sea por desconocimiento, inepcia, pasotismo.  Una democracia cognitiva es fundamental para que la gente pueda opinar de forma no inducida por las imágenes creadas por los media. Volviendo a Kant, lo que se debe desarrollar es una opinión pública ilustrada. Insisto, una persona ilustrada es aquella que quiere no ser tutelado. Una sociedad civil creadora de nuevos espacios de libertad y de nuevos sentidos debe estar compuesta por individuos ilustrados. La mejor forma de crear una ciudadanía ilustrada es por medio de la escuela, la enseñanza. De ahí, sin duda ,la enorme importancia social y política de la pedagogía y la necesidad de una reforma de la forma de enseñar y de aprender. Dentro de un momento iré a ello. Pero quiero primero referirme a los que son posiblemente los dos intelectuales en los que me siento más identificado: Edgar Morin y Cornelius Castoriadis (como ustedes saben ambos eran muy queridos por Octavio Paz así como este último era muy querido por ellos).

 

En una de sus últimas intervenciones públicas, esta vez en la radio, en una entrevista efectuada por France-Inter en 1996 decía Castoriadis: “siempre he pensado que la democracia representativa no es una verdadera democracia. Sus representantes representan muy poco a las gentes que les eligen. De entrada se representan a sí mismos o representan intereses particulares, lobbies, etc. Y aunque este no sea el caso, decir que cualquiera me va a representar durante cinco años de manera irrevocable quiere decir que yo me despojo de mi soberanía  en tanto que pueblo. Ya decía Rousseau: los ingleses creen que son libres porque eligen representantes cada cinco años, pero no son libres más que un día cada cinco años: el día de las elecciones”. Pero Castoriadis era más lúcido y radical y en esa entrevista nos lleva a un punto más interesante para que veamos la posición de la sociedad civil en la democracia. Dice así Castoriadis: “la elección es trampeada (pipée)…porque las opciones son definidas antes. Nadie pregunta al pueblo sobre lo que quiere votar. Se le dice: Voten a favor o en contra de Maastricht, por ejemplo. Pero quien ha hecho Maastricht? No somos nosotros. Existe la maravillosa frase de Aristóteles respondiendo a la pregunta sobre ¿Quién es ciudadano? Es ciudadano cualquiera que es capaz de gobernar y de  ser gobernado”. La pregunta de Castoriadis es obvia: ¿cuántos ciudadanos hay en Francia o en cualquier otro lugar en este momento? ¿Por qué estos no serían capaces de gobernar? La respuesta no es menos obvia, porque no saben ni tienen educación política: “porque toda la vida política se encamina precisamente a su desaprender a gobernar. Su meta es convencerlos de que existen expertos a los que es necesario confiar los asuntos. Existe pues una contraeducación política. Mientras que la gente debería habituarse a ejercer toda suerte de responsabilidades y a tomar iniciativas se habitúan en cambio a seguir las opciones que otros les presentan o a votar por ellas. Y como las gentes están lejos de ser idiotas, el resultado es que creen cada vez menos y se convierten en cínicas, en una suerte de apatía política”[3].

 

Lo que nos viene a decir Castoriadis (aunque yo introduciría una corrección sobre el término “idiota” que leemos al final de la cita. Efectivamente la gente no es idiota y se convierte en cínica, pero sigue siendo idiota al pasar de todo y convertirse en apática) es que la ciudadanía no puede dejar la arena política ni la iniciativa en manos de los expertos, burócratas y políticos profesionales. No darles las excusa a estos para que se autojustifiquen diciendo “tomamos la iniciativa porque la gente no hace nada”. La gente no hace nada porque es inculta y no es capaz de vivir a la altura de los tiempos presentes. Insisto, la democracia degenera allí donde no participa la gente.

 

Edgar Morin, por su parte, nos habla de la necesidad de una política de civilización y por supuesto de una expansión cada vez mayor de la democracia a nivel nacional e internacional. Para ello necesitamos unas guías: “la regeneración democrática –nos dice Morin- supone la regeneración del civismo, la regeneración del civismo supone la regeneración de la solidaridad y de la responsabilidad. Volvemos pues a los problemas fundamentales de una política de civilización. Una política de este tipo comporta necesariamente  la subordinación de lo tecno-económico a lo político, y la apropiación del conocimiento adecuado por los ciudadanos. La desposesión del saber, muy mal compensado por la vulgarización mediática, nos lleva a la necesidad de obrar por una democratización del conocimiento, que permita una democracia cognitiva. Esta tarea puede parecer absurda a los tecnócratas y cientócratas, incluso imposible a los mismos ciudadanos: esta tarea no puede emprenderse más que favoreciendo la difusión de los saberes más allá de la edad en que uno es estudiante y más allá de los recintos universitarios y sobre todo procediendo a una reforma  del pensamiento que permita articular los saberes unos a otros. La democracia cognitiva es necesaria para la democracia política, pero supone la reforma del pensamiento. Nada de esto ha comenzado aún”[4].

 

A la base de un desarrollo genuino  de la democracia se encuentra la imperiosa necesidad de una reforma del pensamiento. Retomo ahora el tema de la enseñanza y de la pedagogía que aplacé antes. Planteemos la siguiente cuestión: ¿qué tipo de individuo sale de nuestras escuelas, institutos y universidades? ¿Qué tipo de instrucción han recibido? ¿Bajo qué paradigma se les ha enseñado? Porque una cosa creo que es clara: los modos de actuar, gobernar, informar, enseñar, dependen del paradigma que gobierna a una determinada cultura y a una determinada sociedad, paradigma que por ello mismo nos parece evidente. Allí donde solo se enseña a separar; excluir; uniformizar; yuxtaponer, los resultados son perversos en el terreno social y político. Así, nos encontramos con las “modernas” concepciones de la autonomía política que no ven más que clausura, separación y exclusión cuando lo que está claro es que  no hay posibilidad de autonomía sin dependencia. Pero resulta que algunos ven “libertad” allí donde solo hay uniformización nacional. Me refiero a los nacionalismos tribales que aún sufrimos en ciertas partes del mundo. ¿O es que acaso el respeto democrático de la diferencia y sin el cuál no hay democracia debe confundirse con la uniformización ciudadana? Dicho de otra forma: siguen estando bajo un paradigma simplificador aquellos que piden diversidad cultural y tratan de uniformizar a aquellos individuos que están en esa cultura. La diversidad democrática debe partir de un paradigma de complejidad en el que la interacción entre individuos genera a la vez unidad y diversidad pero nunca uniformización. La base de la democracia está en la comprensión de una diversidad de opiniones e ideas que interactúan en un mismo espacio que produce nuevas identidades, esta vez, complejas, con sentido de la unitas multiplex.

 

 

Problemas que genera un sistema educativo que se supone que capacita al individuo para la gestión de la realidad.-

 

Nos hemos preguntado antes por el tipo de individuo que sale de las escuelas, institutos y universidades. Me parece que las características de este individuo informado (al que se le ha dado forma) pueden ser las siguientes:

 

1. Se trata de un individuo subdesarrollado intelectualmente. Solo ha desarrollado o bien la capacidad “científica” o bien la capacidad “filosófica”. Si ha desarrollado la primera su racionalidad es solo instrumental. En caso de haber desarrollado la capacidad “filosófica” no tiene suelo sobre el que asentarla y se dedica a pensar bastante descontextualizado de la realidad. En resumidas cuentas se trata de individuos con la mente escindida. Incomunicada. Por lo tanto subdesarrollada.

 

En el campo político nos encontramos con individuos que aún piensan en términos de derechas o izquierdas; fascistas o comunistas; rojos o negros, etc. Sin duda alguna una enseñanza que como fundamento coloca la separación no capacita precisamente para la colaboración y la comprensión del otro.

 

2.   Se enseña  al alumno a buscar la eficacia técnica sin reparar en el contexto ni en los efectos perversos de las acciones. No se accede a la idea siguiente: es posible que contextualizando las acciones y observando de forma poliscópica el fenómeno se pueda actuar de forma más eficaz que unidimensionalizando acciones y situaciones. La prueba empírica de este tipo de educación la encontramos en las actuaciones reduccionistas y unidimensionalizadoras que Occidente llevó a cabo, por ejemplo en el campo político, en el conflicto de los Balcanes y que me temo va a volver a llevar a cabo si se agrava el conflicto albano-macedonio. Otra prueba: la unidimensionalización de la Unión europea. Parece que solo se trata de unificar monedas. Sin duda es el triunfo del pensamiento único.

 

3.   En este sentido podemos hacer un par de propuestas: a) educar al individuo para que tenga sentido de la ecología de la acción y una forma de mirar ecológica[5]; b) capacitar al individuo intelectualmente para la articulación y la contextualización.

 

4.    Uno no ve nada si no abre los ojos y si con los ojos abiertos no tiene unas coordenadas intelectuales de referencia que le sitúen en el mundo. En este sentido creo que hay que desarrollar dos niveles básicos: a) el nivel paradigmático, la visión y el acercamiento al mundo depende de los principios cognitivos de los que parte el sujeto. Un paradigma que induce al sujeto a separar, aislar, descontextualizar, genera un tipo de acción y una forma de estar en el mundo muy diferente de un paradigma que ayuda al individuo a generar estrategias comunicadoras, religadoras, contextualizadoras. Un paradigma que ayuda al individuo a tener sentido del texto y del contexto. En clave hermenéutica se puede decir lo siguiente: la lectura e interpretación que hace el individuo es diferente partiendo de un modelo reductor que usando un modelo complejizador. El otro nivel b) a desarrollar es el de la adaptación de los diferentes niveles educativos a una sociedad en cambio, es decir, una sociedad que tiene y crea nuevos contenidos para los que aún no hay teoría y conceptos. Que la democracia tiene defectos ya lo sabemos todos pero también debemos saber que es el mejor sistema político que nos podemos dar dada la ineliminable imperfección humana. Dicho esto hay que tomar conciencia de que hoy en día sufrimos una enorme carencia de teoría. Debemos montar conceptualmente un nuevo tipo de ciudadano y repensar también la democracia, para desarrollarla. Los paradigmas liberal por un lado y comunitario por otro cada vez son más un estorbo que una ventaja para la comprensión de la sociedad. Un nuevo concepto de individuo y de comunidad requiere tomar conciencia de la complejidad procesual y de la recursividad entre ambos. Así como de la complejidad de la relación entre Estado, sociedad política y sociedad civil.

 

5.   Tanto las Humanidades como la Universidad muestran gran incapacidad teórica a la hora de pensar la realidad social y política porque se encuentran aisladas de la marcha de la sociedad. Hay que acabar con el idealismo que dice que cuando entra en conflicto la realidad y la idea la culpable, la que no tiene nunca razón es la realidad. Una de las enormes carencias de las ciencias sociales está en el hecho -denunciado por autores como Castoriadis; Morin; Luhmann (por referirme solo a sociólogos)-de que  pensamos una sociedad de gran complejidad con teorías y conceptos solo válidos para una época pasada. Luhmann por ejemplo viene a decir que pensamos con conceptos que no sirven para pensar las moderna sociedad porque se trata de conceptos pensados en épocas pasadas, esto es, épocas de menor complejidad. Hay que repensar el concepto de sujeto, el de acción, etc. Hay que crear nuevos conceptos y partir de una nueva mirada sobre el fenómeno (Morin). En resumidas cuentas debemos capacitarnos para negociar con la complejidad de lo real. La nueva ontología de la que hay que partir es la ontología de la relación y la diferencia. El nuevo método debe ser dinámico.

 

Insisto en la idea siguiente: sufrimos una enorme carencia en el nivel del concepto. Si no creamos nuevos conceptos no podemos pensar la actual realidad socio-política. Si no complejizamos el concepto de democracia y lo entroncamos con fenómenos como la globalización; internet, etc, no comprenderemos nada. Y lo que ocurre es que no entendemos nada porque estamos prisioneros de conceptos y paradigmas anquilosados.

 

Me parece entonces fundamental que el sistema educativo haga un gran hincapié en la enseñanza de la teoría de la organización; el pensamiento reticulador; todo aquello que nos haga pensar en términos dinámicos; así como poner énfasis en el pensamiento macroscópico (J. De Rosnay), es decir, ver la realidad no solo analizando y separando (pensamiento microscópico) sino también globalizando (que no totalizando). Una cosa es ir al detalle y otra quedarnos solo en el detalle. Una cosa es relativizar y otra (más necesaria) es relativizar y relacionar.

 

Vivimos en un mundo globalizado, entrelazado, interrelacionado e interdependiente y hay que saber gestionar este mundo nuestro. Hay que aprender a gestionar el cambio: el cambio geopolítico; geoeconómico; democrático (hay que ir hacia democracias más amplias que las de los Estados-Nación y al mismo tiempo enseñar a la sociedad civil a reorganizarse para la gestión de problemas que se pueden resolver mejor en el contexto local o autonómico o nacional. En ese sentido hay que crear un nuevo tipo de ciudadano local / global. Un ciudadano glocal).

 

6.   Una educación que esté a la altura de los actuales cambios que se producen en el mundo necesita:

 

a)   introducir una reforma de pensamiento con vistas a un pensamiento complejo.

 

b)   instituciones capaces de dar salida a la reforma.

 

c)   educadores y políticos que más que tener la cabeza llena de datos tengan la cabeza bien organizada. Por lo tanto se necesita enseñar al alumno a aprender: enseñar a organizar los datos, enseñar a contextualizar, enseñar a captar la multidimensionalidad de la realidad, enseñar a dialogar con lo otro.

 

d)   enseñar la complejidad humana: la educación y la política  no pueden estar separadas de la antropología. El ser humano es un ser multidimensional, una mezcla de sapiens/demens (Morin). Por lo tanto una visión del actor social entendida solo desde la teoría del actor racional y desde la teoría de juegos ignora de forma alarmante que una cosa es ser racional y otra es actuar de acuerdo a un determinado criterio de racionalidad (económica). Ignoran que no existe una sola línea de acción culturalmente neutra a la hora de enfrentar un fenómeno. El contexto es fundamental. Este tipo de visiones del hombre solo producen funcionarios funcionalizados pero nunca individuos creativos.

 

e)   la educación debe sensibilizar al educando para la comprensión y el diálogo. Ambas actividades deben estar siempre por encima de lo técnico e instrumental. Lo contrario es lisa y llanamente el fin de la política. Y solo se puede hacer política en un contexto democrático.

 

f)     la educación, abundando en el item anterior, debe orientarse hacia el desarrollo de una facultad que cada vez esta más subdesarrollada, la facultad de comprender. En este sentido hay que poner fin a la herencia cultural decimonónica de lo que se puede llamar “las dos epistemologías”, una aplicada a las ciencias naturales y otra a las ciencias de la cultura. Efectivamente, explicar y comprender no son el mismo proceso. Pero toda explicación debe ser comprendida así como todo acto de comprender pide también la explicación. Y desde luego en el contexto antropológico creo que tanto Husserl como Heidegger o el propio Gadamer tienen razón cuando sitúan el arranque de todo conocimiento humano en el Lebenswelt (mundo de la vida). Todo el aparato conceptual que crea la ciencia parte del lenguaje ordinario y, por lo tanto, no se puede separar de forma total de este lenguaje que usamos en nuestra vida cada día. Todo lenguaje formalizado se comprende porque lo explicamos con el lenguaje ordinario (lenguaje para el que no existe metalenguaje). La explicación viene a ser una parcela de un acto más general y más básico que es el acto de comprender.

 

g)   la educación debe hacer del educando un hombre integral. Un hombre integral no es aquel que lo sabe todo, lo conoce todo, sino aquel que teniendo curiosidad por todo y siendo consciente de su finitud cognitiva sabe poner en práctica la relación. En clave política cabe decir lo siguiente: el verdadero demócrata parte del respeto de lo diferente, fomenta lo diferente y articula lo diferente para crear un nuevo espacio dialógico en el que la articulación de las diferencias fomente la igualdad y la solidaridad entre seres humanos. Sin diferencia y diversidad no hay democracia pero sin solidaridad tampoco. Y es por lo que estamos de acuerdo con Edgar Morin cuando afirma que “la ética antropológica debe desarrollar a la vez nuestras autonomías personales, nuestro ser individual, nuestra responsabilidad, nuestras participaciones sociales y nuestra participación en el género humano…La plenitud del ciudadano supone que sea una persona responsable y solidaria. Si uno se burla de los derechos solidarios la democracia se seca y desaparece”[6].

 

h)   una educación moderna necesita crear nuevos tipos de relación entre las diversas “facultades”. En el caso universitario contradecimos la misma idea y espíritu de la  “universitas” cuando solo fomentamos la especialización; cuando los diversos departamentos son cotos intelectualmente cerrados que al mismo tiempo se cierran en el nivel de los profesores que “conviven” en cada departamento. No hay duda de que si alguna vez existió un espíritu humanista en nuestras universidades hoy es difícil encontrarlo. Hemos perdido (y hay que recuperarlo) el ideal de hombre universal. Desde luego sabemos perfectamente que un espíritu universalizador en el sentido de que lo abarque todo es una quimera. Pero en una época de barbarie especializadora es necesario recuperar ese ideal así sea como idea regulativa. En este sentido, como afirmaba Ortega y Gasset en Octubre de 1930[7] necesitamos aprender a sintetizar, proceder a una integración del saber y añadía algo importante: nos falta una metodología y una pedagogía para llevar a cabo esta tarea. Creo que hoy en día vamos teniendo metodología y conceptos para acabar con la simplificación, la especialización y unidimensionalización del saber. Podemos emplear una metodología organizacional basada en un paradigma de complejidad. Pero aún nos falta la pedagogía.  Una Facultad de Cultura (como pedía Ortega y Gasset) diríamos hoy que es una Facultad de Transdisciplinaridad. Los alumnos que salgan de la universidad deben haber aprendido su disciplina / especialidad y al mismo tiempo deben haber aprendido a relacionar su disciplina con otras disciplinas. Deben saber organizar. Es un bárbaro aquél que no conoce la “topografía” de la cultura de su época. Es un inculto aquel que solo sabe analizar y no sabe integrar (que no totalizar). El espíritu de especialización al que hemos llegado no comprende aún que la cultura como “sistema de ideas vivas que cada tiempo posee, …, ideas desde las cuales el tiempo vive, …, repertorio de convicciones o ideas sobre el Universo y sobre sí mismo a que arriba (el hombre) no pueden faltar en vida ninguna”, decía Ortega y Gasset[8].

 

i)     ya no se trata de acercar “las dos culturas”. Se trata de crear una nueva cultura. Necesitamos, por lo tanto, la creación de un nuevo espacio intelectual alternativo.

 

j)     la educación, como insistía Castoriadis, debe ser una educación volcada hacia la cosa común. Los responsables de educar deben hacer comprender los mecanismos de funcionamiento de la economía, la sociedad, la política. Se debe enseñar una verdadera anatomía de la sociedad, cómo es, cómo funciona, cómo cambia la sociedad, bajo qué condiciones.

 

k)  la educación democrática y para la democracia requiere un gran esfuerzo por parte de la ciudadanía. Lo que hay que comprender y tener siempre en cuenta es que la democracia cada vez se complejiza más: cada vez se da más pluralismo entre los diversos actores sociales; cada vez hay más diversidad; surgen nuevos problemas; nuevas situaciones; hay que crear nuevas instituciones; nuevos recursos; nuevos espacios. Es decir, si la democracia exige complejidad y produce complejidad, una sociedad en la que no se democratiza el conocimiento acaba des-complejizandose porque no es capaz de evolucionar. Una ciudadanía no educada acaba viviendo una ficción de democracia al mismo tiempo que se produce una evolución muchas veces invisible de nuevos tipos de poder. En ese sentido el bucle recursivo democracia / conocimiento / sabiduría / ciudadanía no puede ser roto. Lo contrario significa la simplificación de la democracia y el fin de la política.

 

 

El mundo necesita hoy de forma urgente un renacimiento humanista. Necesitamos volver la vista atrás y ver a aquellos humanistas que hicieron del conocimiento y de la política una pasión. Necesitamos recuperar la pasión política pero dentro de un contexto que ya tiene poco que ver no ya con el contexto renacentista sino tampoco con el decimonónico. Las humanidades hoy se enfrentan con un triple problema: la fragmentación; el autismo sobre la realidad y la incomprensión de la transdisciplinaridad[9]. Esos tres problemas sobre todo los dos primeros rebotan contra una realidad política y social anquilosada, no receptiva a la necesidad de  su propia transformación. Y como decía Hegel allí donde no se tiene conciencia de la necesidad no puede surgir la libertad.

 

 La democratización del conocimiento y la enseñanza de la democracia están sin duda a la base de la salida del hombre de su prehistoria. Por ahora nos encontramos en los balbuceos de una historia verdaderamente humana.

 

Por todo ello lo que más falta nos hace en la actualidad en el contexto global en el que vive el ser humano, así como en los diferentes contextos locales es la recuperación de dos elementos fundamentales: la política y el saber. Como antes decía crear un nuevo humanismo. Un nuevo renacimiento.

 

 

                                            Abril 2001

 

 

 

 


[1] Elias, N. La sociedad de los individuos. Península. Barcelona. 1990, pp. 181-182.

[2] Escohotado, A. Caos y Orden. Espasa Calpe. Madrid. 1999, p. 308.

[3] Castoriadis, C. Post-scriptum sur l´insignificance. Entretiens avec Daniel Mermet. Editions de l´aube. 1998.

 

[4] Morin, E. « De l´incertitude démocratique a l´ethique politique », p. 166, en Edgar Morin y Sami Nair, Une politique de civilisation. Arléa. Paris. 1997.

 

[5] Cfr. E. Morin, La Méthode , Vol.II, p. 86 “la mirada ecológica consiste en percibir todo fenómeno autónomo (auto-organizador, auto-productor, auto-determinado, etc.) en su relación con su entorno. Las reducciones en cadena deben ser sustituidas por ecologizaciones en cadena”.

[6] Morin, E. Los siete sabers necesarios para la educación del futuro. UNESCO. La cita textual la he extraído de la conferencia titulada À propos des sept savoirs pronunciada por Morin el 10 de Febrero de 2000 en la Société Angevine de Philosophie. Editada por Pleins Feux en Octubre de 2000. pp. 51-52.

[7] Me refiero a la conferencia que Ortega y Gasset pronuncia en 1930 en el Paraninfo de la Universidad de Madrid sobre asuntos de reforma universitaria y sobre el papel que debía cumplir la universidad en la sociedad. La obra se conoce como Misión de la universidad. Alianza Editorial. Madrid. 1997.

[8] Ortega y Gasset, op. cit. pp. 62-64.

[9] El tema de la transdisciplinaridad que es un tema acuciante en el campo epistemológico y metodológico lo he tratado en un artículo titulado Complejidad: elementos para una definición (www.complejidad.org). Así como también el profesor Raúl D.Motta  ha reflexionado sobre ello, de forma más extensa, en su artículo sobre Complejidad, educación y transdisciplinariedad. Revista Signos. Universidad del Salvador. Buenos Aires. Argentina. También en www.complejidad.org